viernes, 4 de diciembre de 2009

Sobre FLOR DE RETAMA de MARCO CÁRDENAS

Escribe: Harold Alva
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Marco Cárdenas es un narrador que, sin proponérselo se ha ganado un espacio importante en el panorama de nuestra literatura reciente. Si bien lo ubico en un grupo de narradores en el que reuniría a Enrique Prochazka, Fernando Iwasaki, Luis Nieto Degregori, Pilar Dughi, Dante Castro, Carlos Rengifo y Ricardo Sumalavia; la prosa de Flor de retama sigue esa corriente fundada por Ciro Alegría y José María Arguedas, desarrollada posteriormente con acierto por algunos miembros del Grupo Narración (Oswaldo Reynoso, Augusto Higa o Gutiérrez) y Cronwell Jara Jiménez, Oscar Colchado y Dante Castro. Donde el lenguaje recupera su rol de actor social y se involucra a su contexto histórico, proyectándolo como un instrumento de denuncia que efectivamente comunica lo que este exige.
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Conocí a Marco Cárdenas gracias al Quinto Evangelio, su polémica novela editada hace ya algunos años; su aura desmitificadora me tuvo pegado a la historia durante algunas semanas, no sabía si felicitar al autor o echarle agua bendita al libro, todavía peco de cristiano; después vino Celda sin rejas, el libro de cuentos en formato de bolsillo que le editó Altazor hace tres años, para entonces yo estaba atento a la producción de este escritor, coterráneo de Urbano Muñoz, Sócrates Zuzunaga y Víctor Tenorio, narradores que estoy convencido la crítica oficial no tendrá pretextos para incorporarlos en el proceso de nuestras literaturas, y hablo de literaturas porque sería un error imperdonable pretender un canon de monopólicas raíces, hablo por eso desde una perspectiva múltiple, pluricultural, donde la tradición se mueve a medida que desde varios frentes se sigue produciendo obras escritas con el rigor de lo trascendente. De allí que podemos hablar, por qué no, de una literatura ayacuchana donde por supuesto identificaríamos como sus representantes a los autores señalados anteriormente; o una literatura libertense en la que no dudaría en mencionar a Juan Morillo Ganoza, Eduardo González Viaña, Ángel Gavidia o Danilo Sánchez Lihón; o una literatura piurana con Miguel Gutiérrez, Cronwell Jara, Rigoberto Meza Chunga o Cosme Saavedra y así podría seguir mencionando varias literaturas que en su conjunto construirían la gran literatura peruana, esa arquitectura por la que los críticos deberían preocuparse en construir si se pretende un estudio serio de lo que es todavía esa lucha contra la corriente por darle identidad a este proceso. Yo no creo por eso en la identidad del conjunto, pero sí creo en la identidad de una obra, en la identidad de un registro que en plena era totalizante o globalizadora se presenta con un esqueleto fuerte gracias a la honestidad de quien la escribe, de quien no se traiciona.
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Yo percibo por eso en Flor de retama un libro que no me aventuraría pese a los temas en ubicarlo en esa literatura de la guerra a la que seguro algún apresurado lector denominaría, un libro que trabaja con efectividad el monólogo, la primera persona, la segunda y cuyos vasos comunicantes radican en la variopinta gama de posibilidades para fabular, como sucede con “Las antropólogas” el cuento que abre el libro, donde Marco da una clase magistral de cómo puede hacer que conviva el humor con la tragedia, o los diálogos en el “Charanguista”, o en el texto que le da título al libro, donde el escritor asume su responsabilidad de denuncia y pone en evidencia ese sistema ruin que manejaron las fuerzas del orden para combatir a la violencia, y que concluye con una imagen terrible: “un burro rebuzna a lo lejos”, para referirse a la libertad como utopía, esa flor que no debe pedirse sino tomarse y que acaso tomó Cárdenas para construir este documento que lo presenta como uno de los narradores calificados para escribir sobre esas épocas. O “Rafaelito”, donde se vale de un niño como personaje para escribir sobre el arrepentimiento.
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En suma, estoy seguro que con Flor de retama, Marco ingresa con buen pie, aunque seguro esto tampoco le interese, a la fila donde militan los narradores pura sangre, aquellos a los que con el poeta Alberto Alarcón, con esa oscuridad propia de quienes escribimos, comparamos con los asaltantes de bancos, esos sujetos que se preocupan al detalle no tanto en cómo ingresar al banco sino en cómo salir y que consideramos lo mismo pasa con los escritores de verdad: aquellos que más que saber cómo ingresar a contar su historia, se preocupan en cómo finalizarla, en cómo ponerle punto final, sin dejar una estela de fracaso, sino de tarea bien cumplida, de impecable siniestro que le deja mucho o nada a la imaginación de quien se acerca.
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Felicito entonces a Marco Cárdenas por su impecable siniestro.

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