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El reencuentro entre Leopoldo Panero, Martín Adán, Bruno Larco, Oquendo de Amat y Víctor Coral: Me pides que te cuente mi paso por tu país, mi paseo por los pasillos de la muerte de tu literatura. Sea. (p.66)
La segunda parte marca un quiebre con la trama principal –la vida de Bruno Larco– y muestra, más bien, la subtrama en el libro: la correspondencia del personaje principal con su principal personaje ficticio.
Nuevamente, una historia dentro de otra, como la vida misma: la metateatralidad como juego de espejos y de reflejos, una complicada y natural forma de explicar lo cotidiano en un escritor; es decir, cómo la anécdota puede ser narrada y puede trascenderse a sí misma siendo contada desde la perspectiva de un autor que juega a ser personaje y viceversa.
La segunda parte, posiblemente sea la más lograda del libro. Esto por tres razones. En primer lugar, porque el autor logra imitar una voz mucho más complicada que la de un personaje que no existe, el autor imita la letra y la voz de Panero, un poeta interesado en las tierras del Perú, interesado en conocer a Martín Adán e interesado en conocer el color azul y rojo del cielo y las tierras de Puno, lugar de nacimiento del gran poeta peruano Oquendo de Amat, a quien también admira.
Las cartas son un valioso testimonio para Bruno de que su admiración puede tener un correlato real, y al mismo tiempo puede generar un margen de duda en el lector puesto que están redactadas con una pericia y una sensibilidad rigurosa y fluida. La imaginación pasea entre líneas en una novela y el conocimiento sobre autores, sucesos, teorías y demás también; sin embargo, lo que realmente llama la atención de esta inclusión de las cartas que Panero le respondía a Bruno es que dentro de este proceso migratorio, las cartas en verdad existieron.
Con esto no quiero decir que las cartas incluidas en este libro constituyan parte del patrimonio del poeta, si no que más bien constituyen parte de la aguda creatividad del otro poeta, del autor, que aunque presente ahora una novela, no deja de ser poeta de alto vuelo.
Es en este momento en el que el lector presiente –es decir, la sutileza se mantiene hasta el final– que se quiebra el espacio metateatral en el que el personaje puede jugar con su imagen y con la del autor mismo y puede transitar por Lima, por Puno, por Madrid, y por los cuerpos de algunas mujeres que posiblemente no amó (porque esta no es una novela de amor hacia los cuerpos si no, en todo caso, hacia las letras, hacia los reencuentros, hacia las búsquedas); el amor existe en la necesidad de este personaje que se construye poco a poco como una sensible y enajenada víctima de sus conscientes excesos y desencuentros.
Sobre los espacios que transita en su viaje vital, Puno resulta uno importante, quizás, más importante que el Sanatorio en el que Bruno encuentra a su admirado poeta Leopoldo Panero con quien había llevado la correspondencia, en parte, incluida en la segunda sección de sus Migraciones. Señala con destreza y harta verosimilitud el poeta –ficticio– Panero: Allí, en Puno, supe que se podía permanecer intocado y profundo sin renunciar a la belleza y a la luz, tal como el lago lo hacía (p. 88).
El lugar se combina con el autor de esta tierra, por decirlo de un modo literario, con Oquendo de Amat; respecto de él, Panero dice en la última carta incluida: el poeta fue un guía en este viaje de las imágenes y el aprendizaje de lo real. Sus versos no me ayudaron a comprender nada, evito maquillar; pero fueron como una brisa continua que aireara mi visión de este autodescubrimiento deslumbrante…
La primera relación está fuertemente hecha: los viajes de Panero coinciden con los viajes de Bruno, sus búsquedas, sus amores y vicios, sus excesos y sensibilidades transitan por huellas y caminos similares. Por último, sus ojos, los de ambos, observan el mismo lugar de homenaje: por un lado, Martín Adán, quién recibe a Panero cuando –ficticiamente– este viene a Lima y lo busca para acabar luego de media hora de conversación, dejado de lado por el poeta Adán al no conocer lo suficiente de literatura española justamente, y por otro lado, hacia Oquendo de Amat, quien en forma musical, de acordeón, con sus Cinco metros de poemas, alberga los ojos y las distancias rurales, culturales y literarias con Bruno y con Panero. Ambos, finalmente, poetas. Sujetos de búsqueda, hechos de tránsito.
Luego, el poeta autor de sus Migraciones nos dice: el resultado, como había previsto con mi acostumbrado fatalismo, fue distinto. Entreví lo que podía entenderse como una nueva apertura: la comprensión del paisaje andino como un reflejo mudo de nuestra identidad perdida u oculta…(p.95)
Las dos experiencias de viaje, las de Panero y las del personaje–narrador Bruno Larco, nos muestra de modo paralelo el triunfo que es equivocarse a veces. La fortuna que es decir, finalmente …en adelante, solo había camino hacia arriba. Eso estaba bien” (p.97).
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La ilusión de la libertad: …Luego de haber experimentado todo o casi todo, a mis 29 años, arrojado por mi propia vida al agradable reto de vérmelas con la escritura, única forma de superar el desencuentro de mi ser con lo externo
El final de la historia mantiene la calidad formal de las dos primeras partes, incluye una escena extensa narrada a modo casi cinematográfico en la que el autor conoce a una mujer que sufre la agonía eterna de su esposo escondido en un sótano, una mujer a la que él mismo llama mujer y encontramos un otro reconocido por el sujeto –ya capaz de nombrarse y de nombrar las cosas que le rodean con la autoridad que se siente al saber (o presentir) el fin de su viaje–; es decir, a estas alturas de la novela, en palabras del personaje principal: …el poeta se había construido, primero, una nueva visión (de la poesía) luego una misión (personal), y finalmente un motivo para sosegar sus impulsos y dedicarse a lo que más le importaba: crear. Este proceso constructivo había sido completamente necesario, y si así quería verse, era análogo a un proceso terapéutico, en gran medida.
En su búsqueda de la pureza andina de Oquendo, Panero ponía en juego, qué duda cabe, toda su admiración auténtica y febril por la poesía, algo notable en estos años. Pero también había allí una necesidad interna de cerrar una etapa, de clausurar una ventana que, a diferencia de las del mundo real, daba a una pared destartalada y negra, que el poeta se había empeñado en embellecer, con innegable éxito, desplegando todo su talento. Lo mismo pude pensar yo de mi viaje (p.95).
Por ello la inclusión de esta etapa, en la que conoce a esta mujer, Ariana, y entabla una relación con ella y se da cuenta del horror que esconde tras una puerta, solo sirve como un vaso conductor del narrador para incluir un tema político en medio de la obra hasta ahora poética y narrativa. Tema interesante para acabar la novela, puesto que el misterio de la mujer genera en él el horror necesario para ofrecerme a mí mismo la posibilidad de ser otro sin abandonar lo mejor de mí (p.107). Y esta posibilidad lo llevó a buscar al poeta con el que se había escrito tanto y del que nos cuenta el paralelismo vital, Leopoldo Panero, y la maravilla que le causó encontrar en él la más pura insolencia.
Y el viaje acaba aquí, en una pared blanca extendiéndose a lo largo del camino que Bruno había tratado de pintar durante toda su vida, como sentenció en su única frase Panero: La oscuridad es solo ausencia de luz (p110) y Bruno (oscuro) encontró la voz amable de la insolencia, de lo impecable que es el reencuentro, finalmente, con la posibilidad de recuperar una percepción distinta de lo real, entendiendo lo real, no como lo entendería Zizek, sino como lo dice el mismo Bruno, como las relaciones e interconexiones que se dan entre lo material, lo interpersonal y lo supraindividual en el tiempo que compartimos (p. 107). Y se cumple lo dicho anteriormente a partir de esto, en adelante, solo había camino hacia arriba. Eso estaba bien(p.97), y el camino es el que él mismo propone y reconoce como el correcto en el encuentro final con Panero, ambos disidentes, lúcidos y transgresores sujetos de letras y situaciones.
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Fuente: http://jc-noticiasdelinterior.blogspot.com/2009/11/andrea-cabel-escribe-sobre-la-novela.html
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