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Los extraños (Altazor, 2009) de Harold Alva (Piura, 1978) es la poetización de una ciudad que hace extraña el alma, una Lima en donde nos despersonalizamos para dejar abierta la furia y el desencanto. Una serie de personajes que cargan sus cuerpos como ataúdes, entre veredas como “cicatrices” y versos descarnados: poetas (Los Raros, como en Rubén Darío), asesinos, médicos. Y también animales: tigres, cuervos, perros, ácaros. Aun cuando todos terminamos asesinados por la sociedad, como Van Gogh, existe cierta esperanza; ella radica en ese “alguien” del poema final, un alguien que lo ayude en su redención. La poesía es esa promesa que nos acerca, que nos convoca mediante la belleza, y hace que no nos sintamos ni raros ni extraños en este mundo pasajero.
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Pretendo arrancarme los dientes
Empujarlos con la lengua al precipicio
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Esta es la calle. Mi esquina
Los postes que escupo
Para agigantarles la tiniebla
Aquí es donde hundo mis dedos
Los cartílagos de piedra
Este es el territorio donde escribo
De aquí no pienso retirar los pasos
Aquí no le permito a nadie
Detener las cobras que escapan de mi pecho
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Esta calle esconde los huesos de mi cráneo
Que nadie intente levantar la voz
Este sarcófago La sangre que marca
Mi condición de muerto.
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