La habitación de Roas es una recámara que alberga autores variopintos,
de diversas procedencias, tradiciones, registros y reputaciones. Definir esta
habitación resulta complicado. La mayoría coincide en recrearla como aposento
de hotel —hostal, pensión, resort, hospedaje, “telo”, etcétera—, pero
caben también otras posibilidades: cuarto de hospital, manicomio, prostíbulo;
celda de cárcel o zoológico; incluso parcela del paraíso y, claro, del
indispensable infierno, lugar que, de existir, estaría repleto de políticos.
Estos 102 microrrelatos del lado B, que
sumados a los 99 del A, cierran un proyecto coordinado desde el eje
Lima-Barcelona. El resultado son 201 textos sobre la habitación del mismo
número de escritores en no más palabras de la mencionada cifra.
En esta clase de proyectos es útil y necesario
reflexionar sobre lo común, lo diferente y lo extraño. Los textos de este lado
—más oscuro y perverso que el anterior— tienen distintas direcciones temáticas
y propósitos estéticos, pero se pueden agrupar en grandes bloques de interés.
El primero, por cuestión puramente
cuantitativa, es el bloque de textos oníricos-delirantes-metafóricos, con los
aportes de Carlos de la Torre Paredes, Eduardo Iáñez, Cosme Saavedra, Fernando
Sarmiento, Eva Manzano, Jennifer Thorndike, Antonio Luis Ginés, Alessandro
Pucci, Rocío Qespi, Clara Queraltó, Martín Roldán Ruiz, José Ruiz Rosas, Javier
Sáez de Ibarra (gracias a Sartre), Ana María Intili, Sebastien Jallade, Andrea
Marinelli (gracias a Kafka), José Gabriel Ortega, Sergi G. Oset (sutilmente Z),
Claudia Ulloa Donoso y Gilberto D. Vásquez Rodríguez.
Otro bloque son los microrrelatos relacionados
con el crimen como acción misma y espacio sórdido para su ejecución: Juan
Carlos Méndez, Rodrigo Maruy, Marc Pastor y Viviana Paletta. Este se
complementa con textos que exploran en torno a la muerte o la pulsión tanática:
Gustavo Rodríguez, Aurora Seldon, Nuria Sierra Cruzado, José Vadillo Vila,
Carlos Meneses, Julio del Valle, Carlos Enrique Freyre, Walter Lingán, Antonio
Moretti, Raúl Quiroz Andia y Joaquín Rubio Tovar.
Los textos metaficcionales tampoco faltan en
este lado B, con la aparición o protagonismo de uno u otro de los compiladores
de 201. Se trata de los microrrelatos de Carlos de la Fé, Claudia
Salazar, Lenin Solano y Toritaka Tokumei.
El tema del doble —el cual no es exclusivo de
la ficción fantástica— está también presente en este volumen, por el ingenio de
Fernando Clemot, Víctor Coral, Óscar Esquivias, Federico Fuertes Guzmán, José
Luis Gärtner y Manuel Moya. Asimismo, el de la maternidad desde una amplia
perspectiva: Juan Manuel Chávez, Carolina Cisneros, Jean-Stephan Clerc y Regina
Robles.
El engaño (divino, satánico o humano) es otro
bloque de interés que descolla en esta reunión de microficciones. Este se
encuentra compuesto por Gianni Alfredo Biffi, Cecilia Valdivia, Karlos
Linazasoro, Carlos Herrera y Pedro José Llosa. De modo complementario están los
textos de política ficción: Paul Baudry, Jesús Salcedo, Martí Sales y Laura
Sánchez Abad.
En tanto espacio de conflicto, se cuenta con
las ficciones breves de Carlos Almira, John R. Ancka, César Augusto Anglas,
Juan José Cavero, Teresa Ruiz Rosas, Care Santos, Alberto Schroth Prilika,
Antonio Serrano Cueto, Christian Solano, Marina Tapia, Félix Terrones, Pedro
Ugarte y Ricardo Ugarte. En este ámbito de conflicto, la habitación 201 se ha
convertido en sinónimo de lugar maldito. Los que más desarrollan esta arista en
la presente entrega son Jomar Cristóbal Barsallo, Mar Horno, Ángel Málaga y
José Luis Torres Vitolas.
El destino —como falta de libertad y quizás de
felicidad— es un gran tema literario que no se ha omitido en esta publicación.
Los autores que hurgan en los pliegues de lo trazado son Isabel Cienfuegos,
Ginés S. Cutillas, Rossana Díaz, Carmen Dorado Vedia, Susana Fernández, Lourdes
García Pinal, Fermín López Costero y Orlando Mazeyra Guillén.
El absurdo, de igual modo, como variante
fantástica y realista, es recreado por Eduardo Cano, Flavia Company, Alfredo
Dammert, Celia Correa Góngora, Marcos Fontana, Enrique Fritzman y José Luis
Lejárraga de Diego.
Por último, hay una significativa cantidad de
microrrelatos que es necesario definir como piezas individuales. Pilar Adón,
quien por razones alfabéticas abre oportunamente el libro, establece como
entrada un rito de iniciación, para introducirnos al tiempo —y espacio— del
mito; Beatriz Alonso Aranzábal propone la privación de la 201 y, con ello, la
pérdida del goce pleno del sexo; Raúl Brasca se enfoca en una ironía
inclasificable y deliciosa; Cristina Cerrada exalta tanto la rutina como la
tensión; Emilia Conclaire dibuja una inquietante estampa del incesto; y Harol
Gasatelú fabrica una intriga que redunda soberbiamente en una falsa
expectativa.
Asimismo, Matías Néspolo indaga en los códigos
del mundo del narcotráfico, Carme Peire plantea una vuelta al origen, Miguel
Sanfeliu nos acerca sin misericordia a un drama familiar, César Silva
Santisteban ofrece quizás el microrrelato más inclasificable del libro, Yuri
Vásquez revela los alcances de un secreto de amantes, y, con Ana Vidal Pérez de
la Ossa, quiso el azar que el libro se cerrara con un broche de oro: un
microrrelato sobre la frustración erótica ante la ausencia de la “mítica” 201.
Este nuevo lado de 201, que agrupa a
102 autores de diversas nacionalidades, es tan perturbador como el anterior.
Quizá lo más interesante es que esta habitación roasiana amenaza con
convertirse en metáfora arquitectónica del microrrelato, pues el número en sí
refleja fugacidad, estrechez y concisión, pero también complejidad y sugestión.
Mucho se ha debatido sobre la cantidad de texto que debe tener una
microficción, pero este tomo y el anterior demuestran que el límite de 201 palabras
permite holgura narrativa, efectividad ficcional y vastedad tanto imaginativa
como temática, al margen del tipo de registro que caracterice a un escritor.
Sin duda, este es un espacio idóneo para autores realistas, fantásticos y
feéricos. Bienvenido a esta fascinante habitación, lo mejor —o peor— es que
usted jamás dejará de ser huésped de estas páginas.
(Prólogo de José Donayre Hoefken)
(Prólogo de José Donayre Hoefken)
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