sábado, 3 de julio de 2010

EME/A, el sueño mexicano

Escribe: Patricia de Souza
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Se acerca el instante de la partida, y empiezo a ponerme melancólica, algo de mí se queda en México, además de algunos libros... Será de todas formas una ausencia porque mis vínculos (a diferencia del Perú y Francia) son más endebles...
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Oh, melancolia, clava tu dulce pico, ya!!
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Claudia (Apablaza) me envió una copia de su libro EME/A, Lima, ediciones Altazor, con mucho cariño y aquí trato de decir lo que me ha inspirado la lectura de su libro.
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Primero, debería decir que quise pensarlo en imágenes y que, al terminarlo, vi a una chica con una maleta lista, lista para partir a cualquier lugar, alejarse de su origen, de su idioma, alejarse...
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A este personaje, que es la voz que dirige este nuevo libro de Claudia, la rodea una soledad concreta, un exilio que se siente en el lenguaje del cual el libro está formado y que es como una filigrama de la experiencia, casi un esqueleto, delicado, frágil. Este libro refleja de alguna manera la vida de ahora, una vida más ocupada por los medios de comunicación que por la experiencia misma, es por eso que el lenguaje no se aleja de esa imposición social que dicta su uso, sino que se apropia de ella, de la jerga del Google, del Twitter, del Facebook. Es en ese mundo en que los personajes, Eme/A , Manuel, Javo, etc..(incluso el nombre ya no es un nombre sino letras) se mueven, en él respiran y dentro de él, el lenguaje se comprime, se hace más instrumental y concreto, cumple funciones de salvavidas, es el detritus de la experiencia, no alimenta, sino que mantiene en vida. Más que una realidad visual, corporal, la realidad que Claudia nos refleja es textual, pero textual, en su sentido fallido, porque no puede representar la experiencia, simplemente la rodea con signos, elipsis, nomenclaturas, sin querer escenificarla, ¿por qué? Yo leo un síntoma de esta época, una especie de adelgazamiento extremo de la experiencia vivida que es más bien virtual, incluso los acompañantes existen en forma de texto, existen por sus libros pero no como personas (Vila-Matas, Leonardo Valencia o Mario Bellatín), y son la compañía de este personaje, hombre-mujer, que no posee otras armas que sus notas, sus inventarios, sus ganas de existir completamente en una relación con alguien, sus ganas de vivir, de nombrar, de crear un discurso, novelar su propia historia (aunque esa parte es la que menos me gusta, la de los escritores que quieren hacer la No historia de la literatura) sin poder, porque no es la historia de la literatura la que no puede contar, sino la de ella misma. Y hay aquí esa impotencia. Este es un aspecto interesante, ese lado técnico del lenguaje para reproducir más bien una especia de balbuceo en forma de collage, a través de experiencias de otras personas, como si el libro fuse una instalación hecho de recortes de diálogos, fragmentos, entrevistas imaginarias, signos, y más retazos sin cuerpo. Existe, creo, un no poder ceñirse al dicurso como una voluntad de convertirse en ese fragmento, en ese espacio que no significa, cosa que a la que lee le puede parecer una pericia técnica (casi todo es técnico, los afectos, la propia noción del cuerpo) y que podría ser una respuesta estética de su autora. La brevedad de la frase, es como la brevedad de los instantes, intensos, pero escasos que CA quiere mostrarnos con una mano casi quirúrgica, porque la continuidad es imposible, y sin embargo ella se aferra a las palabras como una obsesiva, incluso dejando que el uso social del lenguaje se imponga como una prisión, con sus huellas, sus parlamentos e idiolectos que aparecen como marcas de una época, de un momento, de una edad. Me pregunto: ¿qué hace que una persona escriba con frases de aliento poético largo, o que llegue a crear una continuidad en el texto? tal vez su posibilidad de proyección en el mismo texto (y aquí creo que hay una simetría entre la realidad de Claudia, y la ficción, el Chile varias veces nombrado y su propia historia). Pienso en textos como los de Claude Simon, o la prosa discursiva de Catherine Millet, incluso las novelas de Virginia Woolf, que Claudia cita, que poco a poco van siendo casos aislados frente a esta necesidad de una "tecnicidad" en el idioma. Tal vez porque el espacio que ocupamos como individuoas, como personas, es cada vez más mínimo y exiguo, y a lo mejor la prosa del mundo, su movimiento (en sociedades tan atomizadas y siempre pobres) nos concierne tanto como antes, y no lo sentimos si no en lo virtual, en Internet, en Google, en los paratextos, pero no en los textos que no son hablados por personas en carne y hueso, sino por ausentes. Tal vez sea eso, no lo sé... Y nos estemos convirtiendo en eso...
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Lacan decía que no solo "hablamos el lenguaje", sino que somos "hablados por él", y es un poco lo que siento en este texto melancólico y solitario (incluso en su lenguaje), como esa mujer que espera que alguien vaya a buscarla y no sabe si algún día irán por ella.
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En la foto: Claudia Apablaza

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