Escribe: Jorge Eslava
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La clara memoria del narrador recuerda un momento de fulgor y aprendizaje en su vida: cuando le regalan, siendo niño, un zorro pequeño con su “hocico puntiagudo que terminaba en una bolita negra y reluciente, muy parecida a una aceituna” y un par de orejas erguidas “como hojas de maíz que recién están emergiendo de la tierra”.
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Las primeras reacciones erizadas del animalito llevan al protagonista a ponerle un nombre, que enseguida cambia por malsonante. Lo bautiza como Hocicudo, pero el nombre descartado sirve de pretexto para referirnos la relación que mantiene con su abuelo, un anciano noble y ocurrente, amén de buen músico, quien le narra oportunas historias a manera de ejemplos de conducta. Aunque no siempre, a veces le da por entonar pícaras canciones: “Ay, zorrito zorro / compadrito zorro / ayúdame a robar esa casita / tú te robarás una gallinita / yo me robaré / una linda cholita”.
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Con prosa suelta y segura, de acento andino coloquial y a ratos reiterativa, el narrador nos cuenta los avatares en el desarrollo del zorrito: lo que cuesta convertirlo en una dócil mascota, saciar su hambre voraz, hacerlo vivir pata a pata con su perro y sus ovejas, cuando, como todo animal salvaje, tira para el monte. Es entonces que un día inevitable desaparece entre cerros y quebradas aunque vuelve, habrá una segunda vez definitiva, que será la colisión con el destino humano: el encuentro con los suyos y la obligación de proseguir su propia estirpe.
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Fuente: Dominical de El Comercio, Los libros del Capitán:
Me gustó mucho, pero sería más complejo el resumen
ResponderEliminarquiero que pongan el cuento
ResponderEliminarMe da nostalgia
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