«Coctel Selva Negra», el libro de Sergio Barandiarán que presentamos esta noche, tiene esa singularidad. Escrito con un lenguaje sobrio y funcional, salpimentado de vocablos resaltantes y dejos extranjeros, relata la historia de Carlos, un universitario peruano en las calles de Friburgo, Alemania, hacia donde ha ido a estudiar con una beca, entre un conjunto de compañeros con similares características, aunque de diversos rasgos y nomenclaturas, a través de estudios que se mezclan con cachuelos esporádicos y situaciones sensitivas que abundan en la emotividad y el enredo, en los clicks amorosos y las responsabilidades laborales. Ya de entrada, el autor nos indica, por intermedio del narrador, Carlos, las pistas por las cuales el relato irá transitando, presentándonos a los otros personajes, hombres y mujeres de diferentes nacionalidades, que habrán de redondear el clima abierto, poco definido, de las relaciones amorosas o simplemente placenteras que surgen y desaparecen, que empiezan y terminan dentro de un panorama open main que signará los hechos que se irán sucediendo. En primer lugar, aparece Sydney Kim, un estudiante oriental, mitad brasileño y mitad coreano, cuyas manos y dedos hábiles para los masajes afrodisíacos, despertarán el verdadero empaque sensible del narrador.
La ambigüedad sexual cobra vida entonces a lo largo de las siguientes páginas, en donde los gustos en cuanto a género parecen volatilizarse, expandirse, saltar normas establecidas y en muchos casos represoras, hasta abrir los armarios porfiadamente cerrados, dentro de los cuales se muestra esa poco clara línea transgresora de lo que debe ser, o se cree que debe ser, una convencional pareja, para llevarnos por el camino de lo formal e informal, de la mascarada con respecto a la presencia en la sociedad, al cumplimiento de las formas, en detrimento de los auténticos deseos y las incontrolables ansias de una soltadura de trenzas que, sin embargo, no llega a encimar, a ser protagonista y dejar en segundo plano el papel que todo hombre y mujer debe cumplir dentro de las normativas sociales. Al final, los personajes parecen resignarse a esta situación, y aquello que en realidad los motiva y llena de múltiples vibraciones queda supeditada a la anécdota, a la aventura ultramarina, al choque y fuga que solo deja la bolladura del parachoque y no la colisión total.
Con este juego, el autor nos recrea también un ambiente en donde nada está dicho, en donde los papeles son intercambiables y no se puede asegurar la identidad de nadie, pues si bien muchos de ellos presentan la cara lavada para la platea que todos quieren ver, también ocultan el secreto que los anima a seguir en la brega rumbo a su hedonista satisfacción. Brasileros, argentinos, venezolanos, chilenos, se juntan en esta trama (primero, como becarios universitarios; luego, como hombres con esposas e hijos) en la que la dualidad hombre-mujer, hombre-hombre y mujer-mujer colman el rosario de aventuras sexuales, romances volubles, entusiasmos afines, gustos pasajeros, juergas y encontrones en medio de un universo de libertades y opciones permitidas. Y todo ello contado con cierto tinte irónico y hasta un tanto jocoso en algunos pasajes, con alusiones a ciudades europeas y latinas, con descripciones ligeras y frescas, tanto de lugares como de personajes, que hacen de «Coctel Selva Negra» un texto entretenido. Escrito en primera persona y dividido en dieciocho partes, el flujo de la narración va acompasado con el ritmo de los tiempos modernos, para dejarnos finalmente una sensación de libertad que aun perdura momentos después de haber terminado la lectura.
Giacomo, Silvina, Orson, Marcelo, Inana, Emiliano, Luis Eduardo, entre otros, son los personajes que pueblan este libro y los que caminan al borde de lo que es y no es, viviendo entre la atracción y los recuerdos, entre la entrega y el olvido, en un mundo a pesar de todo mesurado, sin exageraciones y aspavientos, pero lleno de cierta vitalidad divertida, y en donde la excepción parece ser la regla. El final, como no podía ser de otra manera, es la muerte en su quieta medida, representada en el anciano Monsieur Rémy, que es como una proyección en la que habrán de terminar todos luego de haber trajinado por las calles y haber amado y sufrido por igual. Pero, de manera general, «Coctel Selva Negra» no es un texto nada penumbroso, todo lo contrario, pues invita a leer desde sus primeras frases y a seguir con él línea por línea, sin el asomo de un entrometido bostezo.